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Versalles y España

A pesar de estar a menudo en guerra, los dos países mantuvieron constantes relaciones diplomáticas, económicas o culturales, que generaban tanto interés como desconfianza. El palacio de Versalles, a través su decoración y sus colecciones, se hace eco de esta historia turbulenta y, gracias a sus diversas obras, nos permite hacernos una idea de su alcance.

España en Versalles

El siglo XVII estuvo marcado por las complicadas relaciones entre Francia y España y los diferentes conflictos armados que de ellas derivaron. En 1661, Luis XIV escribía con lucidez:

"La situación de las coronas de Francia y España es tal que, actualmente, y desde hace mucho tiempo en el mundo, una no puede alzarse sin disminuir a la otra. Esto crea entre ambas una envidia que les es, si se me permite decir, esencial, y una especie de enemistad permanente que los tratados pueden ocultar, pero no pueden apagar, porque su fundamento permanece”.

Pero, a pesar de estar a menudo en guerra, los dos países mantuvieron constantes relaciones diplomáticas, económicas o culturales, que generaban tanto interés como desconfianza. El Palacio de Versalles, a través su decoración y sus colecciones, se hace eco de esta historia turbulenta y, gracias a sus diversas obras, nos permite hacernos una idea de su alcance.

Nacido el 5 de septiembre de 1638 durante la guerra franco-española (1635-1659), Luis XIV era hijo de madre española, Ana de Austria, hija del rey Felipe III, lo que le convertía tanto en nieto de Enrique IV como bisnieto de Felipe II. Sin exagerar la importancia de esta ascendencia española en la educación y el gusto del monarca, cabe señalar que su madre le hizo aprender el castellano, lengua que hablará fluidamente durante toda su vida. Su hispanidad se hace notar también en su afición por la guitarra, o en la lectura en su juventud de novelas españolas como La Galatea de Cervantes, que cosechó un gran éxito en Francia. De joven, también demostró una inclinación por la decoración refinada, algo que no pasó desapercibido para quienes apostaban por la sobriedad y la grandiosidad, atribuyendo este gusto a la influencia de la reina madre. Más allá de estos detalles anecdóticos, durante todo su reinado, el rey tendrá que lidiar con España, entonces una de las principales potencias europeas, a la cabeza de un imperio con ramificaciones en todo el mundo. El cambio dinástico de 1700 y el conflicto que desencadenó puso fin definitivo a dos siglos de pugnas y configuró un nuevo orden europeo.

 

El matrimonio de Luis XIV

Allegoría del matrimonio de Luis XIV, 1661, por Claude Deruet

© RMN-Grand Palais (Château de Versailles) / Daniel Arnaudet / Jean Schormans

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En 1659, el Tratado de los Pirineos selló la reconciliación –provisional– entre ambos países. Las negociaciones diplomáticas concluyeron con importantes cesiones territoriales (Artesia y Rosellón pasaron entonces a manos francesas) y, sobre todo, con el casamiento de la hija del rey Felipe IV, la infanta María Teresa, con el joven rey, Luis XIV, su doble-primo. La joven representaba además un interés desde el punto de vista de la herencia, pues su padre contaba entonces con un único sucesor, de tierna edad. Este prestigioso enlace para ambas coronas se celebró con toda la fastuosidad que requería la ocasión. El evento fue considerado lo suficientemente excepcional como para protagonizar dos temas del famoso tapiz de La historia del rey tejido por la fábrica de Gobelins: La entrevista de Luis XIV y Felipe IV de España en la Isla de los Faisanes, en medio del Bidasoa, y la propia boda, celebrada en San Juan de Luz el 9 de junio de 1660.

 

La Guerra de Devolución

1667-1668

Esta paz tan deseada apenas duró. Las tensiones resurgieron ya cuando Luis XIV, a raíz de un incidente diplomático que implicó a los embajadores de Francia y España en Londres, exigió –y obtuvo– una disculpa oficial de Felipe IV, quien también reconoció la preeminencia de los embajadores del Rey Muy Cristiano sobre los suyos en todas las cortes de Europa. Este sonado episodio protocolario se convirtió a su vez en el tema de un tapiz ad majorem gloriam regis. El suceso también aparece reflejado en la Galería de los Espejos a través de una alegoría en la que España, representada en forma de mujer con un manto rojo y acompañada por el león heráldico de Castilla, se inclina ante Francia.

La preeminencia de Francia reconocida por España, 1662, por Charles Le Brun

© RMN-GP (Château de Versailles) / © Gérard Blot / Hervé Lewandowski

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Felipe IV fallece en 1665. Su viuda, Mariana de Austria, asume entonces la regencia en nombre de su hijo Carlos II, de apenas cuatro años. Luis XIV aprovechará la ocasión para reclamar los territorios de los Países Bajos Españoles en nombre de la reina María Teresa.  La Guerra de Devolución, también llamada “la guerra de los derechos de la reina” termina en 1668 con la Paz de Aquisgrán. Francia resulta vencedora adquiriendo importantes plazas en Flandes, como Lille y Douai, ciudad en la que la pareja real hizo una entrada memorable en agosto de 1667.

 

La Guerra de Holanda en la decoración de Versalles

1672-1678

Las hostilidades resurgieron pocos años después con la Guerra de Holanda, donde España tuvo como aliados al Sacro Imperio y a las Provincias Unidas. Al término del conflicto, Carlos II se vio obligado de nuevo, con el Tratado de Nimega, a ceder territorios a Francia, incluyendo el Franco Condado, conquistado en 1674, y nuevas plazas en Flandes. Este conflicto tiene especial relevancia en la decoración de Versalles, residencia definitiva del rey a partir de 1682. Pinturas y esculturas celebran los últimos triunfos militares del rey, al tiempo que se integran en la vida cotidiana del monarca y su corte. En la verja de la residencia real, varios grupos escultóricos rememoran las victorias francesas frente sus antiguos enemigos, representados a través de sus símbolos heráldicos: el león de España y el águila del Sacro Imperio. Al sur, La victoria sobre España fue ejecutada entre 1680 y1682 por Girardon.

Vicoria sobre España, par François Girardon

© Château de Versailles, Dist. RMN / © Christophe Fouin

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Dentro del palacio, la Galería de los Espejos y los salones de la Guerra y de la Paz giran en torno a este tema. El exhaustivo programa iconográfico desarrollado por Charles Le Brun, bajo la atenta mirada de Luis XIV, conmemora a un mismo tiempo la historia del rey y los éxitos bélicos de la Guerra de Holanda. Podemos encontrar así numerosas representaciones alegóricas de España y sus aliados. En el techo del Salón de la Guerra, España aparece representada en actitud amenazadora, rodeada de soldados, y acompañada por su león heráldico, en posición de ataque, mientras los rayos franceses están a punto de abatirse sobre ellos. En la galería, que narra diversos episodios bélicos, España aparece en muchas de las composiciones principales: Fasto de las potencias vecinas de Francia, Alianza de Alemania y España con Holanda, Freno del avance de los españoles con la toma de Gante y Holanda acepta la paz y se desmarca de Alemania y España. Por último, en el Salón de la Paz, en un lateral del techo se muestra a España aceptando la Paz. Esta última escena presenta a España de forma alegórica, siempre acompañada de su león heráldico, mientras recibe una rama de olivo. Aparece rodeada por cupidos que celebran el regreso de la paz, quemando armas o tocando la guitarra y las castañuelas y, al fondo, un corro popular bailando al ritmo de un cornetto. En los jardines, un bosquete se hace eco de esta guerra, el del Arco del Triunfo, donde la llamada Fuente de Francia Triunfante, única superviviente de este antiguo bosquete, muestra a una alegoría de Francia, victoriosa, con sus enemigos a  los pies de su carro.  España y su león figuran, naturalmente, junto al Sacro Imperio y su águila. En la terraza del Parterre de Agua, por último, al pie de la fachada del palacio, dos jarrones colosales también conmemoran las victorias reales: el Jarrón de la Guerra (de Antoine Coysevox) y el Jarrón de la Paz  (de Jean-Baptiste Tuby).

Francia triunfante, por Jean-Baptiste Tuby, Antoine Coysevox y Jacques Prou

©  Château de Versailles, Dist. RMN / © Jean-Marc Manaï

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la sucesión española

1700

En 1660, la esposa de Luis XIV prometía una herencia fabulosa, dado que era la única superviviente de los hijos de Felipe IV e Isabel de Borbón. En 1660, el rey Felipe IV, que se había casado en segundas nupcias con Mariana de Austria tenía un solo heredero: Felipe, nacido en 1657, cuya frágil salud no le auguraba larga vida. De hecho, el niño murió al año siguiente, mientras que unos días después, nacía el infante Carlos, futuro Carlos II. En estas circunstancias, no era descabellado especular sobre la extinción de la monarquía. En ese caso, la reina de Francia podría, al igual que su media hermana, Margarita Teresa, casada con Leopoldo I desde 1666, pretender al trono, más aún cuando su dote de 500 000 escudos, contrapartida a la renuncia a sus derechos dinásticos, nunca había llegado a pagarse. Este hecho invalidaba la renuncia a ojos de Francia. Pronto quedó claro que Carlos II no podía tener un heredero de sus esposas sucesivas, María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV en la que él mismo había depositado grandes esperanzas al enviarla a Madrid, y después Mariana de Neoburgo. Toda Europa se preparaba para la inevitable conmoción que causaría la desaparición del último monarca de los Habsburgos españoles: ¿qué ocurriría con todos los territorios amasados desde Carlos V?  A finales de los años 1660, se urdieron múltiples proyectos de repartición aprovechando la longevidad de Carlos II, que no se apagaría hasta el 1 de noviembre de 1700, tras haber dejado testamento a favor del duque de Anjou, al que nombró único heredero. La noticia no tardó en llegar hasta Luis XIV, el 9 de noviembre, mientras se encontraba en Fontainebleau. A la mañana siguiente, decidiría aceptar la voluntad del monarca. De regreso a Versalles, Luis XIV elige el día de la audiencia con los embajadores para anunciar públicamente el ascenso al trono de Felipe V al marqués de Castel dos Rios, embajador de España. La escena tuvo lugar en el gabinete del rey (actual Gabinete del Consejo, ampliado por Luis XV). Luis XIV decide con carácter inmediato tratar a su nieto como monarca y lo aloja en su gran aposento, pues no podía soportar que el rey de España residiera en su antiguo aposento del ala Norte. Hasta su marcha a Madrid, Felipe V duerme en el Salón de Mercurio. El 4 de diciembre de 1700 abandona Versalles y llega a Madrid en enero.

Las colecciones de Versalles conservan varios testimonios de este suceso, "la más grande y extraordinaria escena jamás acontecida en Europa", en palabras del marqués de Sourches. Un cuadro alegórico de Henri de Favanne (1704) muestra a España ofreciendo la corona al príncipe, bajo la mirada del cardenal Portocarrero, uno de los artífices de la elección de Carlos II por parte de Francia.

Alegoría del reconocimiento del duque de Anjou como rey de España, noviembre de 1700, por Henri de Favanne

© RMN-GP (Château de Versailles) / Droits réservés

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Una gran obra retrospectiva de François Gérard, de 1824, intenta reconstruir la escena donde el marqués de Castel dos Rios se echa a los pies de su nuevo monarca.

Philippe de France, duque de Anjou, proclamado rey de España bajo el nombre de Philippe V el 16 de noviembre de 1700, por François Gérard

© RMN-GP (Château de Versailles) / © Jean Popovitch

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"¿Ya no hay Pirineos?"

Esta frase, atribuida por Le Mercure galant al marqués de Castel dos Rios, en realidad nunca fue pronunciada. Voltaire se la atribuyó erróneamente a Luis XIV. Ahora bien, esta imagen se evocó con frecuencia para referirse al cambio radical que se anunciaba en las relaciones de Francia y España. El marqués de Dangeau cuenta, por su parte, que durante el traslado del futuro rey de España, acompañado por varios señores con permiso de Luis XIV, el embajador dijo que el viaje "había sido fácil y que los Pirineos se habían derretido". 

El alzamiento de Felipe V fue, en un primer momento, aceptado por las potencias europeas. Sin embargo, varios pasos en falso de la diplomacia francesa, así como las pretensiones al trono del  archiduque Carlos – futuro emperador Carlos VI, hijo segundo de Leopoldo I, que no reconocía el testamento de Carlos  II– dieron lugar a un nuevo conflicto que no terminaría hasta 1713. A su término, Felipe V conserva el trono de España y sus colonias, pero deberá ceder el resto de sus posesiones europeas: Países Bajos, Nápoles y Cerdeña pasan a la Casa de Austria, mientras que el Milanesado y Sicilia pasan a manos del duque de Saboya.

 

Uniones dinásticas

El siglo XVIII

Pese a haber desencadenado un grave conflicto europeo, el ascenso de los Borbones al trono de España supone la paz definitiva entre ambos reinos. Se fragua entonces un nuevo proyecto de unión dinástica para casar a Luis XV con su prima, la infanta Mariana Victoria, y al hermano de esta, Luis I de España, con una hija del regente, Luisa Isabel de Orleans. Como marcaba la tradición, el intercambio de princesas tuvo lugar, una vez más, en la Isla de los Faisanes. Pero, cuatro años más tarde, el duque de Borbón, principal ministro de Luis XV, devolvería a la pequeña infanta a España, considerando que era demasiado joven, y que el joven rey debía casarse cuanto antes con el fin de garantizar la dinastía.  Ante esta afrenta, Felipe V devuelve a Francia, sin miramientos, a la viuda de su hijo. La efímera reina de España terminará sus días en París, en el Palacio de Luxemburgo, que eligió como residencia. Veinte años más tarde, Felipe V, al frente de una familia floreciente, concede la mano de una de sus hijas, la infanta María Teresa, al delfín, hijo de Luis XV. El matrimonio se celebra en febrero de 1745 en Versalles con grandes festejos.

Decoración de la bola de máscaras que Roy regaló en la galería del Palacio de Versalles.
La bola de tejo dada con motivo del matrimonio del Dauphin Louis de Francia con la Infanta de España, el 25 de febrero de 1745,  por Charles-Nicolas Cochin conocido como Cochin le Père (grabador), Charles-Nicolas Cochin conocido como Cochin le Jeune (diseñador), fronteras de los hermanos Slodtz (escultores)

© RMN-GP (Château de Versailles) / © Gérard Blot

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La imagen de la desaparición de los Pirineos, utilizada 45 años antes, resurge en el teatro construido en el picadero de las Caballerizas Mayores, con la representación de La princesa de Navarra de Rameau a partir de un libreto de Voltaire. El acto final muestra cómo los Pirineos se hunden, siendo remplazados por el Templo del Amor, el decorado de un ballet que alterna cuatro cuadrillas, una por cada uno de los estados gobernados por la Casa de Borbón: Francia, España, Nápoles y Parma. 

En el siglo XVIII, el rey de Francia se encontraba, efectivamente, al frente de una familia que reinaba no solo en España, sino también en Francia. Uno de los hijos de Felipe V e Isabel Farnesio, el futuro rey Carlos III, recibió el ducado de Parma en 1731, y en 1734, consiguió conquistar el reino de Nápoles, otorgado a la Casa de Austria por los tratados de 1713. Su hermano pequeño,  Felipe, lo sustituyó en Parma. En 1739, Luis XV ofrecería a este último la mano de su hija mayor, Isabel, apodada "Madame Infanta" en Versalles, lo que la convirtió en duquesa de Parma. Una de sus hijas,  María Luisa, será reina de España al contraer matrimonio con el rey Carlos IV.

Un año y medio después de la fastuosa boda, la joven delfina muere bruscamente a los 20 años. Desesperado, el delfín se verá obligado a casarse un año más tarde con otra princesa, María Josefa de Sajonia.

Pero las relaciones francoespañolas en los siglos XVII y XVIII no se limitaron exclusivamente a las relaciones diplomáticas y las uniones dinásticas. Entre los dos países hubo constantes e importantes intercambios comerciales y culturales.  Desde el punto de vista de Versalles, mencionaremos aquí algunos aspectos que marcaron, a veces de forma duradera, la Corte de Francia.

 

La etiqueta y las costumbres

La Etiqueta de Versalles no era la misma que la de la Corte de España. De hecho, había grandes diferencias en cuanto a la accesibilidad del monarca, las señales de respeto, las costumbres... No obstante, la Corte de Francia no permaneció impasible a las discretas innovaciones procedentes del otro lado de los Pirineos, a veces introducidas por los propios monarcas. Por ejemplo, con la reina María Teresa, se observó un mayor uso del cojín, habitualmente utilizado por las damas en la corte de Madrid.  Como Ana de Austria antes que ella, María Teresa tuvo durante mucho tiempo a su servicio a doncellas españolas, debidamente nombradas en por la casa real. A María Teresa se le atribuye también el haber introducido en la corte el "hombre", un juego de azar que tuvo un gran éxito.

Los naipes del delfín nariz de botella con el duque y la duquesa de Borbón y la princesa de Conti durante una noche de apartamento en 1694, por Antoine Trouvain

© Château de Versailles

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El ascenso al trono de Felipe V reconfiguró las relaciones entre ambas cortes. Enseguida se dio por entendido que los pares de Francia gozarían en Madrid de los mismo honores y privilegios que los grandes de España y, recíprocamente, estos últimos disfrutarían en Versalles del rango de duque y par, lo que les confería automáticamente algunos derechos muy codiciados, como el de entrar en carroza a la Corte Real o, en el caso de las mujeres, poder sentarse en el llamado “taburete” de las duquesas, ante la reina. Por su parte, los embajadores españoles, napolitanos y parmesanos tuvieron la consideración de "embajadores de familia" y, en cada uno de los estados gobernados por un Borbón, gozaban de un tratamiento particular.

 

La moda

La moda francesa, muy apreciada en Europa, no fue inmune a la influencia extranjera.  De España se importaban perfumes, maquillaje, peletería, cintas y encajes de oro que causaban un gran furor en Francia.  Las reinas Ana de Austria y María Teresa pudieron haber contribuido a la popularización de algunos tocados, como el tocado à la garcette, del español “garceta”.

Ana María Mauricia de Austria y Marìa Teresa de Austrìa, reinas de Francia, por Simon Renard de Saint-André

© Château de Versailles, Dist. RMN / © Christophe Fouin

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La moda francesa produjo una gran cantidad de vestidos o modelos “a la española”, en su mayoría más un producto de la imaginación, que de la realidad, dando lugar a la construcción de una imagen –a veces distorsionada– de la moda en la península ibérica. La marquesa de Villars, que acompañó a la joven reina  María Luisa de Orleans en su viaje a Madrid en 1679, evoca una idea muy extendida en Francia: "El negro o el color no indican en sí mismos un mayor respeto". El gusto por el negro del rey de España, que tenía mucho que ver con los retratos que Velázquez hizo de Felipe IV, fue naturalmente plasmado por Hyacinthe Rigaud cuando Luis XIV le encargó un retrato de su nieto: el artista viste a Felipe V con el traje negro "a la española”, incluyendo la golilla y la espada "de taza", que, aunque había caído en desuso en Europa, aún se conservaba en la Corte de Madrid. A finales del Antiguo Régimen, nació en Versalles un nuevo interés por la moda española, que se manifestó a través de vestidos que tomaron prestadas algunas características del siglo XVI.

 

la Gastronomía

En el ámbito del comer, la reina María Teresa introdujo la olla española en la corte, término que se adaptó al francés como oille.  Este guiso de carne llegó a la mesa real para quedarse, y las vajillas, primero de plata y luego de porcelana, incorporaron soperas o “pot à oille”, demostrando la perfecta asimilación del plato en Francia. Los escasos menús reales que se conservan del periodo de Luis XV en el Palacio de Choisy incluyen, en cada comida, dos ollas diferentes: con picatostes y a la española, a la Crécy, con arroces, con cangrejos de río, con cebollas de España... Se cree, además, que la esposa de Luis XIV fue quien inició la moda del chocolate en Francia, bebida aún poco conocida a este lado de los Pirineos, si bien es cierto que la reina Ana de Austria siempre lo había consumido. Elevado entonces a la categoría de bebida noble, el chocolate se servía abundantemente en las veladas de aposento. Durante mucho tiempo, el chocolate tuvo tantos adoradores como detractores. 

En la mesa de los reyes

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la Literatura

La literatura española tuvo un gran éxito en Francia. Los escritores franceses hicieron infinidad de traducciones e imitaciones. Cervantes se tradujo al francés mientras vivió y el éxito de su obra no flaqueó en ningún momento. Sus obras formaban parte de las bibliotecas de príncipes y princesas, y Don Quijote inspiró una de las más hermosas series de tapices de la fábrica real de Gobelins en el siglo XVIII.

Historia de Don Quijote: Don Quijote consulta a la cabeza encantada en casa de Don Antonio Moréno, por la Manufacture des Gobelins inspirado del trabajo de Charles-Antoine Coypel

© Château de Versailles, Dist. RMN / © Jean-Marc Manaï

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Otros autores, como Lope de Vega, también causaron gran sensación. Madame de Sévigné exclamaba "¡Es de Lope, es de Lope!" para elogiar el estilo epistolar de su primo Bussy-Rabutin. El teatro español también llegó a la corte gracias a la compañía de actores que siguió a la reina María Teresa hasta Francia. Pasaron unos diez años en París dando a conocer su rico repertorio al público francés. Molière tampoco duda, aunque sea indirectamente, en recurrir a estas fuentes de inspiración:  El marido hace mujer de Hurtado de Mendoza para L’École des maris, El desdén con el desdén de Moreto para La Princesse d’Élide (creada en Versalles en 1664) y, por supuesto, El burlador de Sevilla de Tirso de Molina para Dom Juan. Por último, para escribir L’École des femmes, Molière se inspiró en la traducción de Scarron de una de las Novelas amorosas y ejemplares de María de Zayas, titulada El prevenido engañado.

 

las Influencias arquitectónicas

Desde el palacio-monasterio hasta las fuentes

En Francia, puede observarse cierta influencia del plano del Escorial en el plano adoptado por François Mansart para el monasterio de Val-de-Grâce, construido en París por deseo de Ana de Austria, o en el edificio de Los Inválidos, erigido por el hijo del arquitecto.

Lámina 26: vista panorámica del monasterio real de Val-de-Grâce en París, por la familia Perelles (grabadores)

©  RMN-Grand Palais (Château de Versailles) / © Gérard Blot

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En Versalles, en cambio, Luis XIV siguió sus propias ideas y diseñó una residencia original que sorprendió a Europa tanto por su magnitud como por su magnificencia, despertando un gran interés, sin por ello derivar en una simple imitación. El ascenso al trono de España de un príncipe francés dio lugar a numerosas aportaciones artísticas y arquitectónicas en las residencias reales (sobre todo en el Palacio del Buen Retiro), si bien la reconstrucción del Palacio de Madrid, después del incendio del antiguo alcázar en 1734, se inspiró más en Italia que en Francia. Hemos de fijarnos más bien en el Palacio de la Granja para encontrar las reminiscencias francesas que el duque de Anjou esparció en sus jardines. Sus numerosas fuentes, dispuestas y decoradas por artistas francesas, remiten, a veces de forma muy clara, a las de Versalles o Marly. Encontramos, por ejemplo, una cascada muy parecida a la  Cascada Campestre de Marly, la Fuente de los Baños de Diana cuyas líneas generales recuerdan al Aparador de Agua de Trianon, o fuentes muy similares a la Pirámide de Versalles (las Fuentes de las Tazas) o inspiradas en la Fuente del Arco del Triunfo (Fuentes de las Ocho Calles).  La Fuente de las Ranas, por su parte, no es, nada más ni nada menos, que una clara alusión al Estanque de Latona y su composición piramidal, con el grupo de Latona arriba en la cúspide y los campesinos de Licia transformándose en ranas en los niveles inferiores.

 

Las colecciones del Palacio de Versalles

El siglo XXI

Transformado en un museo "dedicado a todas las glorias de Francia" por el rey Luis Felipe en 1837, el Palacio de Versalles conserva en la actualidad numerosas obras relacionadas con España, su historia y sus relaciones con Francia.  Sin ánimo de exhaustividad, cabe señalar algunos cuadros y objetos artísticos que pueden descubrirse en las galerías del Palacio de Versalles y en Trianon. Desde la historia antigua hasta las guerras napoleónicas, muchas son las escenas bélicas coleccionadas, de acuerdo con la predilección del siglo XIX por la “historia belicista”.  Cabe citar por ejemplo, La batalla de Las Navas de Tolosa (1212) pintada por Horace Vernet para una de las salas sobre las Cruzadas, en la cual se muestra al rey Sancho de Navarra en el centro de la contienda; La batalla de Rocroi (1643), de la que resultó victorioso el joven duque de Enghien, futuro príncipe de Condé, contra las tropas españolas de Francisco de Melo, u otras obras acerca de los episodios más sombríos de la ocupación napoleónica: La capitulación de Madrid de Gros, Episodio del sitio de Zaragoza o el impresionante Combate de Guisando de Lejeune. En el Grand Trianon está expuesto un imponente jarrón de Sèvres que conmemora la campaña de 1823 en la que el rey Luis XVIII dio su apoyo a Fernando VII –una intervención desafortunada que contribuirá a sumergir a España en un periodo de gran agitación–, así como dos piezas del enorme centro de mesa regalado a Napoleón por el rey Carlos IV en 1808, realizados en la fábrica de porcelana del Buen Retiro. Otros cuadros recuerdan a los monarcas españoles. Y algunos rememoran de forma muy libre los famosos episodios de la recepción de Carlos V en Francia en 1539-1540: Francisco I y Carlos V de visita a las tumbas de Saint-Denis, inspirado en Gros (1837) o El anillo de Carlos V de Revoil (1810), actualmente en la embajada de Francia en Madrid. Otros remiten al breve reinado de José Bonaparte o al reinado de Isabel II y su boda en 1846.

Por último, Versalles conserva el recuerdo de algunas de las visitas oficiales de monarcas españoles como la de Francisco de Asís de Borbón, esposo de la reina Isabel, o más recientemente, la del rey Alfonso XIII en 1905.

Visita de S. M. Alphonse XIII a París - Versalles - Patio de Honor - El servicio del orden, por Ernest-Louis-Désiré y Charles L'Hôpital (editores)

© RMN-GP (Château de Versailles) / © Gérard Blot

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Raphaël Masson, conservador jefe

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